domingo, 22 de abril de 2007

Cuando una frontera define la cultura

Son casi las tres de la tarde, la Aduana La Quiaca- Villazón está por cerrar y las cargueras corren desaforadamente para pasar la última bolsa del día. Sus espaldas redondeadas por el peso gritan basta y las gotas de sudor se resbalan sobre sus frentes arrugadas, que el sol penetrante del altiplano se encargó de tallar.
Por cada bolsa de 50 kilos que pasan de Argentina a Bolivia, y también al revés, reciben una ficha que al final del día cambiarán por 30 centavos cada una. Con la hoja de coca entre los dientes, las cholas, como les dicen a las paseras bolivianas, caminan rápido hasta el camión a intercambiar sus fichas del día. Pero aunque el cansancio sea agotador, la jornada de trabajo todavía no termina.
A la tarde, cuando ya no se permite cruzar más mercadería, las cholas con sus hijos a cuestas, envueltos en mantas de colores, se dedican a vender cualquier tipo de objetos por las calles de Villazón, la primera ciudad boliviana limítrofe con Argentina, que vive del comercio y del tráfico fronterizo.
Como si el único límite entre los países fuera cruzar una calle, cualquier tipo de identificación personal brilla por su ausencia a la hora de pasar por la Aduana. Caminando y sin apuros la masa de gente que compone este paisaje, entre ellos mochileros europeos, bolivianos cargados de mercadería y argentinos buscando precios baratos, pasea de un lado al otro de la frontera sin ningún tipo de restricción de orden legal.
Con un “Bienvenidos a Bolivia” pintado en rojo, verde y amarillo, comienza la ciudad de Villazón. Las calles que suben y bajan por los movimientos de los cerros, conducen a un sinfín interminable de locales, puestos ambulantes y galerías que parecen laberintos, repletas de todo tipo de productos, que van desde hojas de coca hasta el último DVD que salió al mercado, pasando por infinidad de modelos imitación de zapatillas “Adidas” y “Nike” que rondan los 35 bolivianos, que son aproximadamente $16 argentinos.
Las cholas sentadas en el cordón de la vereda y con la cumbia a todo volumen, cocinan un guiso que se llama “chapaco” con papa, carne picada y tomate al que le agregan una cantidad excesiva de especias, que impregnan de un olor muy fuerte las calles. La porción abundante de ese plato bien tradicional, que come a diario la familia tipo boliviana, cuesta sólo 50 centavos de peso argentino.
Va cayendo la noche sobre esta ciudad de la puna, ubicada a 3000 metros de altura, entre valles de montañas y cerca de las nubes. Los pasillos largos y oscuros que durante el día vendieron miles de zapatillas, juguetes y verduras, empiezan a apagar los tubos de luz, para volver a encenderlos mañana y que compradores de todo el mundo recorran nuevamente.
Es la historia cotidiana de personas que mantienen un estilo de vida que está determinado por la frontera, pero también por un lugar geográfico, por una cultura, por estar entre dos países latinos y por sobre todas las cosas por la esencia humana de la subsistencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena la nota!!